
Lo han apodado el “Guillermo Tell del catolicismo” y el anti-Papa… Este teólogo, considerado uno de los cien intelectuales más influyentes del mundo, fue el principal crítico del pontificado de Juan Pablo II y lo es ahora de su ex compañero de universidad, Benedicto XVI, como vuelve a quedar de manifiesto en su nuevo volumen de memorias, “Verdad controvertida” (Trotta).
Nadie diría que el octogenario de serena madurez, con un traje bruno de inmejorable corte y que me habla en correcto castellano, encarnara una suerte de “bestia negra” de la disidencia teológica durante el pontificado de Juan Pablo II. Su presencia, muy al contrario, sugiere al maduro Cary Grant de Con la muerte en los talones, con su larga y nervuda silueta y el terso cutis capaz de ofender a cualquier mujer de su quinta. Durante nuestra charla se mesará la rebelde y encrespada mata de pelo mientras pondera sus respuestas de entre el abanico de lenguas vivas y muertas que domina. Lleva un sonotone en la oreja izquierda, por lo que me repite que le “hable alto y despacio para procesar su oxidado castellano”, que no es tal.
Trae bajo el brazo su segundo tomo de memorias, Verdad controvertida, que ha supuesto una nueva brunete mediática, no sólo en los ámbitos católicos, sino también en la esfera laico-social de medio mundo, y eso que el Papa Ratzinger no había lanzado su última soflama contra el uso de preservativos en Sudáfrica… Aunque sí había hecho gala del conservadurismo más cavernario al levantar la excomunión a cuatro obispos declaradamente antisemitas, pertenecientes a la corriente integrista de Lefebvre. Uno de ellos, Richard Williamson, negacionista declarado. Sin atisbo de sorpresa, Küng valora esta decisión papal como: “un error de Gobierno del Vaticano, que supone un paso hacia atrás en el entendimiento entre las tres religiones abrahamistas”. Nada nuevo en labios de este teólogo heterodoxo que lleva años repitiendo que “no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones. Ni habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones”.
“El pontificado del Papa ha decepcionado una vez más a muchos católicos”, repite Küng con su bronca voz apesadumbrada. “Mucho me temo que de Benedicto XVI se recuerden, sobre todo, sus graves errores”. De hecho, hasta el momento, sólo ha buscado reconciliarse con grupos disidentes cismáticos, anticonciliares, antiecuménicos y antimodernos de extrema derecha. “¿Por qué no se reconcilia con la teología de la liberación latinoamericana?” –pregunta de forma retórica-.
Pero… ¿Quién es Hans Küng para permitirse semejantes dardos contra el sucesor de San Pedro? ¿Desde qué autoridad moral o intelectual critica las decisiones de Benedicto XVI? A decir de los más reaccionarios, se trata de un topo eclesiástico, un quintacolumnista católico… Para los expertos objetivos, su nombre está ya impreso en la historia del siglo XX como la conciencia crítica más lúcida del fundamentalismo instalado en la cúpula vaticana.
Como líneas paralelas
Su historia está irremediablemente vinculada a la del Sumo Pontífice. La eterna discrepancia entre ambos data de los tiempos en que eran profesores en la Universidad de Tubinga. Se trata de un auténtico duelo de titanes intelectuales.
Aunque los dos leían a Bernanos y Dostoievski, a Guardini y a Pieper, Küng se adentraba en lecturas marxistas, jungianas y sartreanas. Cuando el suizo indagaba en cada pasaje del evangelio, el actual Papa se aferraba al dogma. El sacerdote se decantaba por el ecumenismo y el actual obispo de Roma ya apuntaba pocas maneras en materia interreligiosa. Mientras el de Lucerna apostaba por la democracia y la iglesia “desde abajo”, Benedicto XVI fue durante años la cabeza visible de la actual Inquisición… Uno ha vivido con la excomunión en los talones y el otro lleva hoy el cetro de San Pedro. No obstante, cuarenta años después, Küng se reafirma en su decisión: “Si hubiera entrado al servicio del sistema romano, habría vendido mi alma al diablo por el poder de la Iglesia”.
El teólogo y sacerdote suizo pagó el precio de su “osadía”, pero la purga de la Curia significó su pasaporte para convertirse en un intelectual de primer orden que lleva toda la vida buscando “la unidad de la iglesia y la paz entre las religiones”. De todo esto habla en Verdad controvertida, donde “pretendía contar la segunda mitad de mi vida, pero se me reveló tan compleja e interesante que decidí hacer un corte en 1980”.
Un sacerdote prometedor
Las cosas podrían haber sido de otra forma para este hijo de vendedor de zapatos nacido en Sursee, en el cantón de Lucerna, hace ahora 81 años. Sus comienzos auguraban una carrera eclesiástica de primer orden: su formación en la elitista institución romana del Collegium Germanicum –una honra que le fue denegada a Wojtyla, por ejemplo-, su ordenación sacerdotal en Roma, la sonada tesis en la Sorbona, que le abrió las puertas de la Universidad de Tubinga en una precoz cátedra de teología fundamental a los 32 años, y, finalmente, su intervención como perito en el concilio Vaticano II…. Pero la elección vital y ética de Hans Küng fue otra. Prefirió el compromiso con la verdad, al sometimiento Vaticano. Pero ¿cuál es la cronología de la divergencia ente los dos teólogos más importantes del momento?
La tesis de Küng titulada La Justificación, que versaba sobre el teólogo protestante Karl Barth, fue una auténtica bomba. Escrita en 1957, fue elogiada por los sectores más progresistas pero le valió un dossier en el archivo de inquisición del Vaticano. No obstante, el entonces catedrático de Teología Católica Joseph Alois Ratzinger, compañero de la Universidad de Tubinga, lo felicitó por su tratado. Durante el tiempo que ambos impartieron clase en aquel Campus, mantuvieron una relación amistosa a pesar de sus diferencias de carácter.
Corría el año 1962 cuando ambos fueron llamados por Juan XXIII para convertirse en los consultores más jóvenes en las sesiones del Concilio Vaticano II, que removería las entrañas de la Iglesia. Pero las posturas que defendían eran divergentes. Aquel aggiornamento -o puesta al día aperturista de la Iglesia- fue una experiencia determinante para Küng, mientras que el actual Papa “todavía sigue siendo crítico sobre la liturgia del Vaticano II”. Las luchas entre bastidores de aquel hito eclesiástico, son narradas con agudeza analítica en la primera parte de las memorias de Küng, Libertad conquistada.
A raíz de los acontecimientos de mayo de 1968, ambos teólogos se separaron, no sólo geográficamente. Ratzinger, crispado por el nuevo ambiente estudiantil, aceptó la cátedra de dogmática en Ratisbona. Küng no accedió a la propuesta de ingresar en la curia romana. Por el contrario, respondió tachando al Vaticano de “Kremlin” y condenando el papado de manera muy semejante a como lo hiciera su admirado Lutero. Se limitó a su cátedra y siguió publicando verdades “dolorosas” en libros como ¿Existe Dios? o Credo.
Mientras Ratzinger escalaba con buen pulso el ochomil del roquedal Vaticano, para Kung, 1970, representó un parteaguas en su vida. Su libro: ¿Infalible?: Una pregunta ponía en duda el dogma de la infalibilidad de la máxima figura de la iglesia. Ese volumen, junto con el posterior Ser cristiano, donde intenta explicar la doctrina de Jesucristo en un idioma moderno, le valieron una condena que condujo a la prohibición de cátedra en 1979. Sucedía sólo unos meses después de instalarse Juan Pablo II en Roma –y con Ratzinger a punto de convertirse en Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe-: el nuevo Papa le retiró la licencia canónica para enseñar la llamada “missio canonica” (teología católica). El suizo no retiró sus afirmaciones y se produjo la definitiva “bifurcación de caminos”.
Küng repite que la raíz de sus desavenencias intelectuales reside en cuál ha de ser la norma a aplicar: ¿la Biblia o el dogma? “Para mí es el mensaje bíblico; para Ratzinger, es el dogma”.
De ángel a rebelde con causa
Muchos se preguntan por qué no abandona la ICAR –Iglesia católica Apostólica Romana-… “¿Por qué debo irme? –se sorprende el sacerdote, que sigue impartiendo clases de Teología Ecuménica-. Otros están más en la periferia de la Iglesia que yo”. Desde luego, la tarjeta roja que le impuso el Vaticano no logró silenciarle. Muy al contrario, ha seguido luchando “por la falta de democracia que existe en el seno de la institución”, así como por otros motivos medulares como la abolición del celibato, el consumo de anticonceptivos, el sacerdocio para las mujeres, la eutanasia, la homosexualidad, el aborto o la comunión para los divorciados. “Por no hablar del escándalo que supone que la Iglesia, que habla en nombre de Jesucristo, siga efectuando procesos de inquisición en el Siglo XX”.
Nunca se dio un diálogo entre Küng y Juan Pablo II y no sería hasta después de la muerte de Wojtyla que el teólogo suizo volvería a pisar suelo vaticano, en el 2005.
Encuentro entre dos titanes
Küng no ocultó su sorpresa cuando, poco después del cambio papal, recibió una invitación de su antiguo colega de Tubinga. La prensa alemana describió el evento como “la caída del muro católico”. Sin embargo, nada cambió tras la cordial entrevista de cuatro largas horas, mantenida entre ambos en Castelgandolfo.
Reconoce las cosas buenas que, a su juicio, está haciendo Benedicto XVI, como “que no sea un Papa del espectáculo”. Pero las discrepancias persisten: “La Iglesia, dirigida por un octogenario que se cree la mente teológica mejor amueblada, está refugiándose en un gueto y lleva camino de convertirse en Secta. Se debe a que Ratzinger siempre ha viajado poco, siempre encerrado en el Vaticano, donde está resguardado de críticas”. Una le pregunta tímidamente si, entre todos los doctores que tiene la Iglesia, no habrá nadie que le asesore: “este Papa corre el riesgo de acostumbrarse a que le den la razón y le hagan muchos besamanos”. Si se le pregunta por el legado que dejará Benedicto XVI, Küng, sin acritud pero con vehemencia, afirma: “defiende la idea del “pequeño rebaño”, que es la línea de los integristas que prefieren que la Iglesia pierda fieles para quedar un núcleo elitista formado por “verdaderos católicos”.
Ahora, en el quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II, Küng continúa dedicando todas sus fuerzas al diálogo interreligioso. ¿Teólogo contestatario? ¿Progresista? ¿Disidente? “No diga eso: soy crítico con la iglesia, pero leal”, asevera a modo de despedida mientras estrecha con fuerza mi mano. Esboza una media sonrisa mientras señala el horrendo grano que me ha brotado en el cuello: “eso por preguntarme si el Papa peca de soberbia”, me reconviene. Mientras me firma su libro y vislumbro su ausencia de tonsura, pienso: qué hubiera sido de la Iglesia si este sacerdote se hubiera convertido en Papa… Imposible saberlo. Al menos, sostiene una llama de esperanza, en este gélido invierno por el que atraviesa la institución.
Fuente: webislam
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