jueves, 16 de septiembre de 2010

¿Dios habita en el cerebro?

El Dios de Abraham era justo, inapelable, incorruptible, trascendente, omnisciente, omnipotente, omnipresente y omnibenevolente. El cristianismo antiguo se centró en la pericoresis o fusión de tres personas en una sola entidad divina. Para la vía negativa de Maimónides sólo nos es dado discutir sobre lo que Dios no es. El Todo de los herméticos es más complicado que la suma de cuanto existe, y el Buda puso el énfasis en la liberación del sufrimiento en la tierra. Vista así, la religión tiene poco de universal.

Pero los experimentos han hecho aflorar una capa subyacente más simple. Por ejemplo, los psicólogos cuentan a grupos de voluntarios una historia en la que Dios atiende a cinco problemas a la vez. Los creyentes de cualquier confesión monoteísta aceptan la narración con naturalidad, puesto que Dios tiene sobrados poderes cognitivos para ello. Pero si se les pide recordar la historia un rato después, casi todos cuentan que Dios atiende los cinco problemas uno por uno: su subconsciente ha humanizado al omnipotente Dios de la doctrina.

La investigación reciente en psicología cognitiva, neurobiología y antropología cultural ha revelado que la mayoría de los creyentes, sea cual sea su culto, tienen interiorizado un modelo extremadamente antropocéntrico de Dios. No sólo posee una figura humana, sino que utiliza los mismos procesos de percepción, razonamiento y motivación que las personas. Las creencias explícitas sobre la divinidad son muy distintas entre religiones, pero los supuestos tácitos son casi idénticos en la mayoría de las personas.

La característica central de cualquier religión es un núcleo de creencias sobre agentes no físicos. Este tipo de “conceptos sobrenaturales” -que también aparecen en la fantasía, los sueños y las supersticiones- está muy condicionado por nuestro conocimiento del mundo real. Un espíritu es un tipo de persona, sólo que atraviesa paredes. Dios comparte esas limitaciones dentro de la cabeza de los creyentes.

INFALIBILIDAD PAPAL


Además de las muchas contradicciones con las cuales el sistema romano estaba plagado, los papas, como el antiguo dios Janos, empezaron a declararse infalibles. Pero como veremos es una idea completamente absurda. Aun así, la mayoría de los papas han declarado ser infalibles, al menos en su doctrina, aunque no en integridad moral. Esta clase de razonamiento presentaba varios problemas. El pueblo, naturalmente, preguntaba: ¿Cómo pueden ser los papas infalibles al dictar la doctrina y tan inmorales en la práctica? A pesar de lo contradictorio de esta situación, la infalibilidad papal fue declarada dogma en 1870.

El autor de la doctrina de la infalibilidad papal fue Pio IX (1846-78). Pero él, ciertamente, no era un ejemplo que acreditara su pretensión–al menos no en su práctica–pues éste tenía varias mozas (tres de ellas monjas) de las cuales tuvo hijos. Tampoco su antecesor, el papa Gregorio XVI (1831-46), fue mejor pues es conocido como una de los más grandes borrachos de Italia y también tenía numerosas mujeres; una de ellas, la esposa de su barbero. Conociendo la historia de los papas, varios obispos católicos se opusieron a declarar la doctrina de la infalibilidad papal como dogma en el Concilio de 1870. En sus discursos un gran numero de ellos mencionó la aparente contradicción entre semejante doctrina y la conocida inmoralidad de algunos papas. Uno de estos discursos fue pronunciado por el obispo José Strossmayer. En su argumento contra el edicto de la “infalibilidad” como dogma, mencionó cómo algunos papas se habían puesto en contra de otros papas, cómo se contradijeron unos a otros e hizo una mención especial de cómo el papa Esteban llevó al papa Formoso a juicio. La famosa historia de un papa llevado a juicio ante otro papa es algo horrendo ¡puesto que el papa Formoso había muerto hacía ocho meses! Sin embargo, su cadáver fue desenterrado de su tumba y llevado a juicio por el papa Esteban. El cadáver, putrefacto, fue desenterrado y situado en un trono. Allí, ante un grupo de obispos y cardenales lo ataviaron con ricas vestimentas del papado, se puso una corona sobre su calavera y el cetro de su Santo Oficio colocado en los cadavéricos dedos de su mano. Mientras se celebró el juicio, el hedor del muerto llenaba la sala.

Hans Küng: El gran azote de Benedicto XVI

"La tesis de Küng titulada La Justificación, que versaba sobre el teólogo protestante Karl Barth, fue una auténtica bomba. Escrita en 1957, fue elogiada por los sectores más progresistas pero le valió un dossier en el archivo de inquisición del Vaticano"

Lo han apodado el “Guillermo Tell del catolicismo” y el anti-Papa… Este teólogo, considerado uno de los cien intelectuales más influyentes del mundo, fue el principal crítico del pontificado de Juan Pablo II y lo es ahora de su ex compañero de universidad, Benedicto XVI, como vuelve a quedar de manifiesto en su nuevo volumen de memorias, “Verdad controvertida” (Trotta).

Nadie diría que el octogenario de serena madurez, con un traje bruno de inmejorable corte y que me habla en correcto castellano, encarnara una suerte de “bestia negra” de la disidencia teológica durante el pontificado de Juan Pablo II. Su presencia, muy al contrario, sugiere al maduro Cary Grant de Con la muerte en los talones, con su larga y nervuda silueta y el terso cutis capaz de ofender a cualquier mujer de su quinta. Durante nuestra charla se mesará la rebelde y encrespada mata de pelo mientras pondera sus respuestas de entre el abanico de lenguas vivas y muertas que domina. Lleva un sonotone en la oreja izquierda, por lo que me repite que le “hable alto y despacio para procesar su oxidado castellano”, que no es tal.

Trae bajo el brazo su segundo tomo de memorias, Verdad controvertida, que ha supuesto una nueva brunete mediática, no sólo en los ámbitos católicos, sino también en la esfera laico-social de medio mundo, y eso que el Papa Ratzinger no había lanzado su última soflama contra el uso de preservativos en Sudáfrica… Aunque sí había hecho gala del conservadurismo más cavernario al levantar la excomunión a cuatro obispos declaradamente antisemitas, pertenecientes a la corriente integrista de Lefebvre. Uno de ellos, Richard Williamson, negacionista declarado. Sin atisbo de sorpresa, Küng valora esta decisión papal como: “un error de Gobierno del Vaticano, que supone un paso hacia atrás en el entendimiento entre las tres religiones abrahamistas”. Nada nuevo en labios de este teólogo heterodoxo que lleva años repitiendo que “no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones. Ni habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones”.

“El pontificado del Papa ha decepcionado una vez más a muchos católicos”, repite Küng con su bronca voz apesadumbrada. “Mucho me temo que de Benedicto XVI se recuerden, sobre todo, sus graves errores”. De hecho, hasta el momento, sólo ha buscado reconciliarse con grupos disidentes cismáticos, anticonciliares, antiecuménicos y antimodernos de extrema derecha. “¿Por qué no se reconcilia con la teología de la liberación latinoamericana?” –pregunta de forma retórica-.

Pero… ¿Quién es Hans Küng para permitirse semejantes dardos contra el sucesor de San Pedro? ¿Desde qué autoridad moral o intelectual critica las decisiones de Benedicto XVI? A decir de los más reaccionarios, se trata de un topo eclesiástico, un quintacolumnista católico… Para los expertos objetivos, su nombre está ya impreso en la historia del siglo XX como la conciencia crítica más lúcida del fundamentalismo instalado en la cúpula vaticana.

Como líneas paralelas

Su historia está irremediablemente vinculada a la del Sumo Pontífice. La eterna discrepancia entre ambos data de los tiempos en que eran profesores en la Universidad de Tubinga. Se trata de un auténtico duelo de titanes intelectuales.

Aunque los dos leían a Bernanos y Dostoievski, a Guardini y a Pieper, Küng se adentraba en lecturas marxistas, jungianas y sartreanas. Cuando el suizo indagaba en cada pasaje del evangelio, el actual Papa se aferraba al dogma. El sacerdote se decantaba por el ecumenismo y el actual obispo de Roma ya apuntaba pocas maneras en materia interreligiosa. Mientras el de Lucerna apostaba por la democracia y la iglesia “desde abajo”, Benedicto XVI fue durante años la cabeza visible de la actual Inquisición… Uno ha vivido con la excomunión en los talones y el otro lleva hoy el cetro de San Pedro. No obstante, cuarenta años después, Küng se reafirma en su decisión: “Si hubiera entrado al servicio del sistema romano, habría vendido mi alma al diablo por el poder de la Iglesia”.

El teólogo y sacerdote suizo pagó el precio de su “osadía”, pero la purga de la Curia significó su pasaporte para convertirse en un intelectual de primer orden que lleva toda la vida buscando “la unidad de la iglesia y la paz entre las religiones”. De todo esto habla en Verdad controvertida, donde “pretendía contar la segunda mitad de mi vida, pero se me reveló tan compleja e interesante que decidí hacer un corte en 1980”.

Un sacerdote prometedor

Las cosas podrían haber sido de otra forma para este hijo de vendedor de zapatos nacido en Sursee, en el cantón de Lucerna, hace ahora 81 años. Sus comienzos auguraban una carrera eclesiástica de primer orden: su formación en la elitista institución romana del Collegium Germanicum –una honra que le fue denegada a Wojtyla, por ejemplo-, su ordenación sacerdotal en Roma, la sonada tesis en la Sorbona, que le abrió las puertas de la Universidad de Tubinga en una precoz cátedra de teología fundamental a los 32 años, y, finalmente, su intervención como perito en el concilio Vaticano II…. Pero la elección vital y ética de Hans Küng fue otra. Prefirió el compromiso con la verdad, al sometimiento Vaticano. Pero ¿cuál es la cronología de la divergencia ente los dos teólogos más importantes del momento?

La tesis de Küng titulada La Justificación, que versaba sobre el teólogo protestante Karl Barth, fue una auténtica bomba. Escrita en 1957, fue elogiada por los sectores más progresistas pero le valió un dossier en el archivo de inquisición del Vaticano. No obstante, el entonces catedrático de Teología Católica Joseph Alois Ratzinger, compañero de la Universidad de Tubinga, lo felicitó por su tratado. Durante el tiempo que ambos impartieron clase en aquel Campus, mantuvieron una relación amistosa a pesar de sus diferencias de carácter.

Corría el año 1962 cuando ambos fueron llamados por Juan XXIII para convertirse en los consultores más jóvenes en las sesiones del Concilio Vaticano II, que removería las entrañas de la Iglesia. Pero las posturas que defendían eran divergentes. Aquel aggiornamento -o puesta al día aperturista de la Iglesia- fue una experiencia determinante para Küng, mientras que el actual Papa “todavía sigue siendo crítico sobre la liturgia del Vaticano II”. Las luchas entre bastidores de aquel hito eclesiástico, son narradas con agudeza analítica en la primera parte de las memorias de Küng, Libertad conquistada.

A raíz de los acontecimientos de mayo de 1968, ambos teólogos se separaron, no sólo geográficamente. Ratzinger, crispado por el nuevo ambiente estudiantil, aceptó la cátedra de dogmática en Ratisbona. Küng no accedió a la propuesta de ingresar en la curia romana. Por el contrario, respondió tachando al Vaticano de “Kremlin” y condenando el papado de manera muy semejante a como lo hiciera su admirado Lutero. Se limitó a su cátedra y siguió publicando verdades “dolorosas” en libros como ¿Existe Dios? o Credo.

Mientras Ratzinger escalaba con buen pulso el ochomil del roquedal Vaticano, para Kung, 1970, representó un parteaguas en su vida. Su libro: ¿Infalible?: Una pregunta ponía en duda el dogma de la infalibilidad de la máxima figura de la iglesia. Ese volumen, junto con el posterior Ser cristiano, donde intenta explicar la doctrina de Jesucristo en un idioma moderno, le valieron una condena que condujo a la prohibición de cátedra en 1979. Sucedía sólo unos meses después de instalarse Juan Pablo II en Roma –y con Ratzinger a punto de convertirse en Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe-: el nuevo Papa le retiró la licencia canónica para enseñar la llamada “missio canonica” (teología católica). El suizo no retiró sus afirmaciones y se produjo la definitiva “bifurcación de caminos”.

Küng repite que la raíz de sus desavenencias intelectuales reside en cuál ha de ser la norma a aplicar: ¿la Biblia o el dogma? “Para mí es el mensaje bíblico; para Ratzinger, es el dogma”.

De ángel a rebelde con causa

Muchos se preguntan por qué no abandona la ICAR –Iglesia católica Apostólica Romana-… “¿Por qué debo irme? –se sorprende el sacerdote, que sigue impartiendo clases de Teología Ecuménica-. Otros están más en la periferia de la Iglesia que yo”. Desde luego, la tarjeta roja que le impuso el Vaticano no logró silenciarle. Muy al contrario, ha seguido luchando “por la falta de democracia que existe en el seno de la institución”, así como por otros motivos medulares como la abolición del celibato, el consumo de anticonceptivos, el sacerdocio para las mujeres, la eutanasia, la homosexualidad, el aborto o la comunión para los divorciados. “Por no hablar del escándalo que supone que la Iglesia, que habla en nombre de Jesucristo, siga efectuando procesos de inquisición en el Siglo XX”.

Nunca se dio un diálogo entre Küng y Juan Pablo II y no sería hasta después de la muerte de Wojtyla que el teólogo suizo volvería a pisar suelo vaticano, en el 2005.

Encuentro entre dos titanes

Küng no ocultó su sorpresa cuando, poco después del cambio papal, recibió una invitación de su antiguo colega de Tubinga. La prensa alemana describió el evento como “la caída del muro católico”. Sin embargo, nada cambió tras la cordial entrevista de cuatro largas horas, mantenida entre ambos en Castelgandolfo.

Reconoce las cosas buenas que, a su juicio, está haciendo Benedicto XVI, como “que no sea un Papa del espectáculo”. Pero las discrepancias persisten: “La Iglesia, dirigida por un octogenario que se cree la mente teológica mejor amueblada, está refugiándose en un gueto y lleva camino de convertirse en Secta. Se debe a que Ratzinger siempre ha viajado poco, siempre encerrado en el Vaticano, donde está resguardado de críticas”. Una le pregunta tímidamente si, entre todos los doctores que tiene la Iglesia, no habrá nadie que le asesore: “este Papa corre el riesgo de acostumbrarse a que le den la razón y le hagan muchos besamanos”. Si se le pregunta por el legado que dejará Benedicto XVI, Küng, sin acritud pero con vehemencia, afirma: “defiende la idea del “pequeño rebaño”, que es la línea de los integristas que prefieren que la Iglesia pierda fieles para quedar un núcleo elitista formado por “verdaderos católicos”.

Ahora, en el quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II, Küng continúa dedicando todas sus fuerzas al diálogo interreligioso. ¿Teólogo contestatario? ¿Progresista? ¿Disidente? “No diga eso: soy crítico con la iglesia, pero leal”, asevera a modo de despedida mientras estrecha con fuerza mi mano. Esboza una media sonrisa mientras señala el horrendo grano que me ha brotado en el cuello: “eso por preguntarme si el Papa peca de soberbia”, me reconviene. Mientras me firma su libro y vislumbro su ausencia de tonsura, pienso: qué hubiera sido de la Iglesia si este sacerdote se hubiera convertido en Papa… Imposible saberlo. Al menos, sostiene una llama de esperanza, en este gélido invierno por el que atraviesa la institución.

Fuente: webislam


Historia Evangélica – Trasfondo de la Reforma Protestante. I

La noche del 31 de Octubre de 1517, un monje alemán llamado Martín Lutero clavó unas proposiciones teológicas en la puerta de una Iglesia en Wittemberg, con el propósito de ser discutidas; y, como dice un historiador, “en el plazo de una quincena, toda Europa se hizo eco del sonido de los martillazos.” Aunque el mismo monje agustino no lo sabía, esa noche había comenzado la Reforma.

Ahora bien, ¿qué estaba sucediendo en el mundo, a nivel político, económico, social y religioso, que permitió que un sólo hombre pusiese a temblar los cimientos de la institución más poderosa del mundo?

Eso es lo que veremos brevemente en esta lección. Pero antes, quisiera que echemos un vistazo al enorme poder que la Iglesia Católica Romana ejercía en Europa durante la Edad Media, porque sólo así podremos entender lo que significó para Lutero y los reformadores enfrentarse con esta institución en el siglo XVI.

EL CATOLICISMO MEDIEVAL

Seguramente la mayoría aquí ha escuchado el dicho de que todos los caminos llevan a Roma. Pues ese refrán se puede aplicar a la situación religiosa de Europa durante la Edad Media (período histórico comprendido entre el siglo V y el XV).

Basados en las palabras de Cristo en Mateo 16:18, el catolicismo enseñaba que la iglesia cristiana fue fundada sobre el apóstol Pedro, quien había sido martirizado y enterrado en Roma.

Prácticamente nadie cuestionó eso durante la Edad Media. Todos reconocían a la Iglesia Católica Romana como madre espiritual, y al Papa, el supuesto sucesor de Pedro y vicario de Cristo en la tierra, como el padre espiritual. Fuera de esa paternidad no había salvación para nadie. De manera que la iglesia Católica Romana controlaba prácticamente todos los aspectos de la vida humana desde la cuna hasta la tumba.

El Papa tenía autoridad para nombrar obispos, los cuales a su vez ordenaban a los sacerdotes, los cuales a su vez podían administrar los siete sacramentos a través de los cuales Dios dispensaba Su gracia: el bautismo, la confirmación, la Misa, la penitencia, el matrimonio, la ordenación y la extremaunción.

A. Los sacramentos:

A menudo se hablaba de los siete sacramentos como las siete arterias del Cuerpo de Cristo, a través de las cuales el creyente recibe los beneficios vitales de la gracia de Dios. A través del bautismo, el primer sacramento, el niño era hecho parte de este sistema de salvación, ya que a través de este rito se supone que el niño es purificado del pecado original y hecho partícipe de la gracia.

Pero el centro de este sistema sacramental era la Misa, donde el cuerpo de Cristo es ofrecido nuevamente como un sacrificio (contradiciendo así las claras enseñanzas de la carta a los Hebreos, sobre todo en los cap. 9 y 10).

Al decir que los sacramentos son medios a través de los cuales el hombre se hace partícipe de la gracia de Dios, es importante que entendamos que el concepto de gracia de la Iglesia Católica Romana difiere del concepto bíblico de “gracia”.

Según la iglesia Católica, el ser humano no puede hacerse justo ni amoroso a sí mismo, a menos que Dios haga en nosotros una obra de capacitación a través de Su gracia, gracia que llega a nosotros a través de los sacramentos.

En la medida en que nosotros actuamos por el influjo de esa gracia y nos hacemos más amorosos y más justos, en esa misma medida Dios nos justifica. “En ese modelo, la gracia de Dios era el combustible necesario para llegar a ser una mejor persona, más justa, más santa, más amorosa” (Michael Reeve; The Unquenchable Flame; pg. 20).

Por supuesto, ¿cómo puede una persona, dentro de ese sistema, saber si ha sido lo suficientemente justo, santo y amoroso? ¿Cómo podemos saber si hemos hecho nuestro mejor esfuerzo? Es imposible de saberlo; y es precisamente por esa razón que debemos de hacer uso del sacramento de la confesión de manera regular.

Sin embargo, eso tampoco aseguraba nada, sobre todo si uno tomaba en serio la práctica de la confesión. El sacerdote iba a través de una lista oficial haciendo un escrutinio del penitente en el que nadie concienzudo podía salir bien parado.

Pero para eso la iglesia también tenía una respuesta: El Purgatorio. Antes de llegar al cielo, los hombres debían ir a ese lugar a purgar aquellos pecados que no habían sido debidamente tratados en vida, exceptuando únicamente los pecados mortales.

En este punto entraba en juego otro de los puntales del catolicismo medieval: el culto a la Virgen y a los santos.

B. El culto a la virgen y a los santos:

Este culto se popularizó debido, en parte, a la forma como Cristo era presentado durante la Edad Media: como un Juez terrible al que no podíamos acceder directamente debido a Su santidad. Eso alentó la idea de tratar de llegar a Jesús a través de Su madre. Pero con María ocurrió algo similar a lo que ocurrió con Jesús; si era difícil acercarse a la Reina del cielo, podía hacerse el intento a través de los santos.

Por supuesto, la Iglesia Católica insistía en que ni María ni los santos debían ser adorados, sino únicamente venerados; pero esa era una distinción muy sutil que la gente común y corriente, muchos de ellos analfabetos, difícilmente iban a entender. Una estatua de la Virgen María no podía enseñar a los católicos fieles la diferencia teológica que había entre la adoración y la veneración.

C. Las indulgencias:

Otro aspecto importante del catolicismo medieval fue el de las indulgencias. Como vimos anteriormente, cuando una persona se confesaba ante el sacerdote éste le imponía varios actos de penitencia de acuerdo con el pecado cometido. Los pecados que no eran tratados adecuadamente en esta vida debían ser purgados en el purgatorio.

La “buena noticia”, según el catolicismo, es que algunos santos habían sido tan buenos que no sólo merecían entrar al cielo directamente, sin pasar por el purgatorio, sino que tenían un superávit de méritos. Éste tesoro de méritos era administrado por el Papa, el cual podía adjudicárselos al que le faltara. Estos dones de méritos son las indulgencias.

En un principio esas indulgencias eran ofrecidas a los que participaran en la primera Cruzada; pero a medida que la iglesia se vio necesitada de dinero, comenzaron a ser vendidas. Como veremos más adelante, el escándalo por la venta de indulgencias en Alemania fue la chispa que encendió la Reforma.

Pero algunos cambios comenzaron a ocurrir, sobre todo a partir del siglo XIV, que amenazaban ese reinado incuestionable de la iglesia.

Por: Sugel Michelén.

Hans Kúng: Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo


A pesar de no estar de acuerdo con muchas cosas de la teología de Hans Kung, es interesante para todo estudiante de teología conocer un poco de la polémica que ha rodeado a la iglesia católica frente ha este interesante teólogo suizo.

Hans Küng es un Teólogo muy controvertido dentro de la iglesia católica. Junto con Ratzinger, fueron los teólogos más jóvenes del Concilio del Vaticano II. Los dos han coincidido en la Universidad Tubingia, donde han estudiado o impartido clases importantes políticos (Horst Köhler , presidente de alemania), poetas (Friedrich Hölderlin), filósofos (Friedrich Schelling y Georg Wilhelm Friedrich Hegel) y representantes de las dos grandes iglesias en alemania: protestantes (Ferdinand Christian Baur) y católicos (Joseph Ratzinger).

Hans Kúng siempre ha estado en contra de la autarquía papal y a favor de aplicar la renovaciónes el concilio, cosa que Ratzinger ha hecho caso omiso. En su momento Hans Kúng se le prohibio dar clases por su pensamiento. Si la Iglesia (y con iglesia me refiero al grupo de poder) dejara de pensar como en el medievo y permitieran a teólogos como Hans hablar hablar, quizá les fuera de otra manera, pero claro ellos se creen los representantes de Dios en la tierra. Y mucha culpa la tiene quienes les siguen, aquellos que se creen cristianos de verdad, los que dicen tener la verdad y no respetan a los demas, aquellos que siguen a alguna congregación o secta dentro de la Iglesia, de las cuales ahora se ponen en entre dicho con la actitud asquerosa y deplorable de sus cabecillas.

Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo

HANS KÜNG 15/04/2010

Estimados obispos,

Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, y yo fuimos entre 1962 1965 los dos teólogos más jóvenes del concilio. Ahora, ambos somos los más ancianos y los únicos que siguen plenamente en activo. Yo siempre he entendido también mi labor teológica como un servicio a la Iglesia. Por eso, preocupado por esta nuestra Iglesia, sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma, os dirijo una carta abierta en el quinto aniversario del acceso al pontificado de Benedicto XVI. No tengo otra posibilidad de llegar a vosotros.

Aprecié mucho que el papa Benedicto, al poco de su elección, me invitara a mí, su crítico, a una conversación de cuatro horas, que discurrió amistosamente. En aquel momento, eso me hizo concebir la esperanza de que Joseph Ratzinger, mi antiguo colega en la Universidad de Tubinga, encontrara a pesar de todo el camino hacia una mayor renovación de la Iglesia y el entendimiento ecuménico en el espíritu del Concilio Vaticano II.

Mis esperanzas, y las de tantos católicos y católicas comprometidos, desgraciadamente no se han cumplido, cosa que he hecho saber al papa Benedicto de diversas formas en nuestra correspondencia. Sin duda, ha cumplido concienzudamente sus cotidianas obligaciones papales y nos ha obsequiado con tres útiles encíclicas sobre la fe, la esperanza y el amor. Pero en lo tocante a los grandes desafíos de nuestro tiempo, su pontificado se presenta cada vez más como el de las oportunidades desperdiciadas, no como el de las ocasiones aprovechadas:

- Se ha desperdiciado la oportunidad de un entendimiento perdurable con los judíos: el Papa reintroduce la plegaria preconciliar en la que se pide por la iluminación de los judíos y readmite en la Iglesia a obispos cismáticos notoriamente antisemitas, impulsa la beatificación de Pío XII y sólo se toma en serio al judaísmo como raíz histórica del cristianismo, no como una comunidad de fe que perdura y que tiene un camino propio hacia la salvación. Los judíos de todo el mundo se han indignado con el predicador pontificio en la liturgia papal del Viernes Santo, en la que comparó las críticas al Papa con la persecución antisemita.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes; es sintomático el discurso de Benedicto en Ratisbona, en el que, mal aconsejado, caricaturizó al islam como la religión de la violencia y la inhumanidad, atrayéndose así la duradera desconfianza de los musulmanes.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de la reconciliación con los pueblos nativos colonizados de Latinoamérica: el Papa afirma con toda seriedad que estos "anhelaban" la religión de sus conquistadores europeos.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de ayudar a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación, aprobando los métodos anticonceptivos, y en la lucha contra el sida, admitiendo el uso de preservativos.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de concluir la paz con las ciencias modernas: reconociendo inequívocamente la teoría de la evolución y aprobando de forma diferenciada nuevos ámbitos de investigación, como el de las células madre.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de que también el Vaticano haga, finalmente, del espíritu del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia católica, impulsando sus reformas.

Este último punto, estimados obispos, es especialmente grave. Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio. Incluso se sitúa expresamente contra el concilio ecuménico, que según el derecho canónico representa la autoridad suprema de la Iglesia católica:

- Ha readmitido sin condiciones en la Iglesia a los obispos de la Hermandad Sacerdotal San Pío X, ordenados ilegalmente fuera de la Iglesia católica y que rechazan el concilio en aspectos centrales.

- Apoya con todos los medios la misa medieval tridentina y él mismo celebra ocasionalmente la eucaristía en latín y de espaldas a los fieles.

- No lleva a efecto el entendimiento con la Iglesia anglicana, firmado en documentos ecuménicos oficiales (ARCIC), sino que intenta atraer a la Iglesia católico-romana a sacerdotes anglicanos casados renunciando a aplicarles el voto de celibato.

- Ha reforzado los poderes eclesiales contrarios al concilio con el nombramiento de altos cargos anticonciliares (en la Secretaría de Estado y en la Congregación para la Liturgia, entre otros) y obispos reaccionarios en todo el mundo.

El Papa Benedicto XVI parece alejarse cada vez más de la gran mayoría del pueblo de la Iglesia, que de todas formas se ocupa cada vez menos de Roma y que, en el mejor de los casos, aún se identifica con su parroquia y sus obispos locales.

Sé que algunos de vosotros padecéis por el hecho de que el Papa se vea plenamente respaldado por la curia romana en su política anticonciliar. Esta intenta sofocar la crítica en el episcopado y en la Iglesia y desacreditar por todos los medios a los críticos. Con una renovada exhibición de pompa barroca y manifestaciones efectistas cara a los medios de comunicación, Roma trata de exhibir una Iglesia fuerte con un "representante de Cristo" absolutista, que reúne en su mano los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la política de restauración de Benedicto ha fracasado. Todas sus apariciones públicas, viajes y documentos no son capaces de modificar en el sentido de la doctrina romana la postura de la mayoría de los católicos en cuestiones controvertidas, especialmente en materia de moral sexual. Ni siquiera los encuentros papales con la juventud, a los que asisten sobre todo agrupaciones conservadoras carismáticas, pueden frenar los abandonos de la Iglesia ni despertar más vocaciones sacerdotales.

Precisamente vosotros, como obispos, lo lamentaréis en lo más profundo: desde el concilio, decenas de miles de obispos han abandonado su vocación, sobre todo debido a la ley del celibato. La renovación sacerdotal, aunque también la de miembros de las órdenes, de hermanas y hermanos laicos, ha caído tanto cuantitativa como cualitativamente. La resignación y la frustración se extienden en el clero, precisamente entre los miembros más activos de la Iglesia. Muchos se sienten abandonados en sus necesidades y sufren por la Iglesia. Puede que ese sea el caso en muchas de vuestras diócesis: cada vez más iglesias, seminarios y parroquias vacíos. En algunos países, debido a la carencia de sacerdotes, se finge una reforma eclesial y las parroquias se refunden, a menudo en contra de su voluntad, constituyendo gigantescas "unidades pastorales" en las que los escasos sacerdotes están completamente desbordados.

Y ahora, a las muchas tendencias de crisis todavía se añaden escándalos que claman al cielo: sobre todo el abuso de miles de niños y jóvenes por clérigos -en Estados Unidos, Irlanda, Alemania y otros países- ligado todo ello a una crisis de liderazgo y confianza sin precedentes. No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005), en la que ya bajo Juan Pablo II se recopilaron los casos bajo el más estricto secreto. Todavía el 18 de mayo de 2001, Ratzinger enviaba un escrito solemne sobre los delitos más graves (Epistula de delitos gravioribus) a todos los obispos. En ella, los casos de abusos se situaban bajo elsecretum pontificium, cuya vulneración puede atraer severas penas canónicas. Con razón, pues, son muchos los que exigen al entonces prefecto y ahora Papa un mea culpa personal. Sin embargo, en Semana Santa ha perdido la ocasión de hacerlo. En vez de ello, el Domingo de Ramos movió al decano del colegio cardenalicio a levantar urbi et orbe testimonio de su inocencia.

Las consecuencias de todos estos escándalos para la reputación de la Iglesia católica son devastadoras. Esto es algo que también confirman ya dignatarios de alto rango. Innumerables curas y educadores de jóvenes sin tacha y sumamente comprometidos padecen bajo una sospecha general. Vosotros, estimados obispos, debéis plantearos la pregunta de cómo habrán de ser en el futuro las cosas en nuestra Iglesia y en vuestras diócesis. Sin embargo, no querría bosquejaros un programa de reforma; eso ya lo he hecho en repetidas ocasiones, antes y después del concilio. Sólo querría plantearos seis propuestas que, es mi convicción, serán respaldadas por millones de católicos que carecen de voz.

1. No callar: en vista de tantas y tan graves irregularidades, el silencio os hace cómplices. Allí donde consideréis que determinadas leyes, disposiciones y medidas son contraproducentes, deberíais, por el contrario, expresarlo con la mayor franqueza. ¡No enviéis a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma!

2. Acometer reformas: en la Iglesia y en el episcopado son muchos los que se quejan de Roma, sin que ellos mismos hagan algo. Pero hoy, cuando en una diócesis o parroquia no se acude a misa, la labor pastoral es ineficaz, la apertura a las necesidades del mundo limitada, o la cooperación mínima, la culpa no puede descargarse sin más sobre Roma. Obispo, sacerdote o laico, todos y cada uno han de hacer algo para la renovación de la Iglesia en su ámbito vital, sea mayor o menor. Muchas grandes cosas en las parroquias y en la Iglesia entera se han puesto en marcha gracias a la iniciativa de individuos o de grupos pequeños. Como obispos, debéis apoyar y alentar tales iniciativas y atender, ahora mismo, las quejas justificadas de los fieles.

3. Actuar colegiadamente: tras un vivo debate y contra la sostenida oposición de la curia, el concilio decretó la colegialidad del Papa y los obispos en el sentido de los Hechos de los Apóstoles,donde Pedro tampoco actuaba sin el colegio apostólico. Sin embargo, en la época posconciliar los papas y la curia han ignorado esta decisión central del concilio. Desde que el papa Pablo VI, ya a los dos años del concilio, publicara una encíclica para la defensa de la discutida ley del celibato, volvió a ejercerse la doctrina y la política papal al antiguo estilo, no colegiado. Incluso hasta en la liturgia se presenta el Papa como autócrata, frente al que los obispos, de los que gusta rodearse, aparecen como comparsas sin voz ni voto. Por tanto, no deberíais, estimados obispos, actuar solo como individuos, sino en comunidad con los demás obispos, con los sacerdotes y con el pueblo de la Iglesia, hombres y mujeres.

4. La obediencia ilimitada sólo se debe a Dios: todos vosotros, en la solemne consagración episcopal, habéis prestado ante el Papa un voto de obediencia ilimitada. Pero sabéis igualmente que jamás se debe obediencia ilimitada a una autoridad humana, solo a Dios. Por tanto, vuestro voto no os impide decir la verdad sobre la actual crisis de la Iglesia, de vuestra diócesis y de vuestros países. ¡Siguiendo en todo el ejemplo del apóstol Pablo, que se enfrentó a Pedro y tuvo que "decirle en la cara que actuaba de forma condenable" (Gal 2, 11)! Una presión sobre las autoridades romanas en el espíritu de la hermandad cristiana puede ser legítima cuando estas no concuerden con el espíritu del Evangelio y su mensaje. La utilización del lenguaje vernáculo en la liturgia, la modificación de las disposiciones sobre los matrimonios mixtos, la afirmación de la tolerancia, la democracia, los derechos humanos, el entendimiento ecuménico y tantas otras cosas sólo se han alcanzado por la tenaz presión desde abajo.

5. Aspirar a soluciones regionales: es frecuente que el Vaticano haga oídos sordos a demandas justificadas del episcopado, de los sacerdotes y de los laicos. Con tanta mayor razón se debe aspirar a conseguir de forma inteligente soluciones regionales. Un problema especialmente espinoso, como sabéis, es la ley del celibato, proveniente de la Edad Media y que se está cuestionando con razón en todo el mundo precisamente en el contexto de los escándalos por abusos sexuales. Una modificación en contra de la voluntad de Roma parece prácticamente imposible. Sin embargo, esto no nos condena a la pasividad: un sacerdote que tras madura reflexión piense en casarse no tiene que renunciar automáticamente a su estado si el obispo y la comunidad le apoyan. Algunas conferencias episcopales podrían proceder con una solución regional, aunque sería mejor aspirar a una solución para la Iglesia en su conjunto. Por tanto:

6. Exigir un concilio: así como se requirió un concilio ecuménico para la realización de la reforma litúrgica, la libertad de religión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, lo mismo ocurre en cuanto a solucionar el problema de la reforma, que ha irrumpido ahora de forma dramática. El concilio reformista de Constanza en el siglo previo a la Reforma acordó la celebración de concilios cada cinco años, disposición que, sin embargo, burló la curia romana. Sin duda, esta hará ahora cuanto pueda para impedir un concilio del que debe temer una limitación de su poder. En todos vosotros está la responsabilidad de imponer un concilio o al menos un sínodo episcopal representativo.

La apelación que os dirijo en vista de esta Iglesia en crisis, estimados obispos, es que pongáis en la balanza la autoridad episcopal, revalorizada por el concilio. En esta situación de necesidad, los ojos del mundo están puestos en vosotros. Innúmeras personas han perdido la confianza en la Iglesia católica. Para recuperarla sólo valdrá abordar de forma franca y honrada los problemas y las reformas consecuentes. Os pido, con todo el respeto, que contribuyáis con lo que os corresponda, cuando sea posible en cooperación con el resto de los obispos; pero, si es necesario, también en solitario, con "valentía" apostólica (Hechos 4, 29-31). Dad a vuestros fieles signos de esperanza y aliento y a nuestra iglesia una perspectiva.

Os saluda, en la comunión de la fe cristiana, Hans Küng.

Traducción: Jesús Alborés Rey

Fuente: El pais

¿Cómo reconocer a los falsos profetas?

¿Cómo reconocer a los falsos profetas?
Por Juan Stam

Personalmente, creo que Dios habla hoy por medio de mensajes proféticos. ¡Claro que sí! Dios no se ha quedado mudo ni ha dejado de hablarnos por su Espíritu. Creo en el don profético, pero no creo para nada en la mayoría de las adivinaciones maquilladas de "profecía" que abundan en nuestro tiempo. No creo en profetas sin mensaje profético, ni en "movimientos proféticos" en los que se mueve cualquier otro espíritu que no sea el Espíritu que inspiraba a los antiguos profetas de Yahvéh.

A través de la historia, la profecía fiel y verdadera siempre ha estado acompañada por la falsa profecía, como si fuera su propia sombra. Nuestra época no es ninguna excepción.

La profecía es un don muy peligroso e incómodo, por muchas razones. Una de ellas es lo difícil de distinguir entre profecía fiel y falsa profecía. La misma Biblia, desde Deuteronomio hasta Jeremías, da una variedad de criterios muy distintos pero no parecen ser definitivos o incondicionales; casi siempre hay excepciones a cualquiera de ellos. Pero a la vez, la existencia de las dos "profecías", la falsa y la que realmente es de Dios, nos obliga a optar a favor o en contra de cada pretendida profecía. Y en el caso de profecía falsa, la misma exigencia implacable del mensaje profético no nos permite callar. El mismo Espíritu de los profetas nos obliga a levantar la voz en denuncia valiente, pero ... ¿si nos hemos equivocado, como siempre es posible, podríamos estar oponiéndonos a una auténtica palabra de Dios?

En mi lucha personal por ser fiel al Señor, al Yahvé que también hoy nos habla, lo que más me ha ayudado es medir a todo supuesto profeta por su prototipo normativo, o sea, compararlos con los profetas bíblicos para ver si se parecen. Si no corresponden a ese modelo, tengo razones para sospechar que estoy frente a un caso de profecía falsa. Sin pretender dar respuestas finales, me permito sugerir algunas de las pautas bíblicas que nos pueden orientar para reconocer a los falsos profetas:

(1) Cuando un dizque profeta se limita al vaticinio, sin traer un mensaje de Dios para nuestra vida, hay que dudar de él o ella. En la Biblia, la profecía predictiva nunca es una finalidad en sí sino que es sólo una parte, casi siempre (o siempre) muy secundaria, del mensaje profético. El mensaje no está en las predicciones mismas, sino ellas vienen en función del mensaje. Los profetas no son astrólogos sino predicadores. Como hemos señalado en otros artículos, citando a "La lectura eficaz de la Biblia", no más de cinco por ciento de los escritos proféticos tiene que ver con el futuro, visto desde el tiempo del profeta, y menos de un por ciento puede ser futuro todavía para nosotros hoy. ¿Y qué del otro 95 por ciento? Bueno, junto con las mismas profecías predictivas, todo eso tiene carácter ético, como mensaje al pueblo y sus líderes. Podemos decir, sin exagerar mucho, que frente a un cinco por ciento que es predictivo, un cien por ciento de los escritos proféticos es ético, mayormente social, económico y político. Basta leer esos libros, y los relatos de Samuel, Natán, Elías y Eliseo, para descubrir esta verdad muchas veces olvidada.

Jeremías plantea muy claramente un criterio ético para reconocer a los falsos profetas: "Si hubieren estado en mi consejo, habrían proclamado mis palabras a mi pueblo: lo habrían hecho volver de su mal camino y de sus malas acciones" (Jer 23:22). Cuando oímos o leemos supuestas profecías, siempre debemos preguntarnos: ¿Cuál es el mensaje ético de esta profecía? Los profetas fieles no perdían tiempo en simples predicciones; dejaban eso a los adivinos. Profecía predictiva sin mensaje ético profético, huele muy fuertemente a profecía falsa. Casi seguro es adivinación en vez de profecía fiel. Cuando Dios habla proféticamente, es para algo serio, no para entretenernos o impresionarnos con predicciones triviales.

Una buen prueba para las profecías puede ser preguntarnos, ¿Cómo obedezco esta profecía? Claro, una profecía falsa puede exigir también una obediencia errada, pero si una profecía no exige ninguna acción de obediencia, muy probablemente es adivinación y no verdadera profecía.

(2) Los profetas bíblicos profetizaban a partir de un profundo conocimiento de la realidad de su nación y generalmente daban razones bien fundadas para su mensaje. Cuando uno lee a los profetas hebreos con una óptica socio-política, resulta sumamente impresionante su dominio analítico y crítico (o sea, profético) de las condiciones imperantes de la sociedad y de la historia de su tiempo. Otro tanto puede decirse de Juan de Patmos. Por su análisis económico del imperio romano, por ejemplo, Juan merece un doctorado en ciencias económicas (Ap 6:5-6; 13:16-18; 17:4; 18:3,7,11-17,23; ver "Apocalipsis y el imperio romano", en este sitio web). Los profetas eran los sociólogos, economistas y politólogos de su tiempo, aunque por la inspiración divina eran más que sólo eso.

Igualmente, con las profecías de hoy, debemos plantearnos tres preguntas: ¿En qué análisis de la realidad histórica se basan? ¿Qué actitud asumen hacia esa realidad? y ¿Qué acción proponen para nosotros en medio de la coyuntura que vivimos?

La profecía bíblica no ocurre en el vacío, sino en medio de la historia y vinculada esencialmente con la historia de la salvación. Cualquier "profecía" desconectada de la historia, y de la voluntad de Dios para nosotros en medio de ella, muy probablemente es profecía falsa. Mejor entonces recurrir a Nostradamus o el horóscopo, y no meter a Dios en tales especulaciones.

(3) Los profetas falsos se acomodaban al sistema vigente, muchas veces poniéndose incondicionalmente a las órdenes de los poderosos. En cambio los profetas verdaderos, debido a su honestidad, vehemencia y valentía, mantenían relaciones muy tensas con las autoridades y con los profetas del sistema. Las palabras del rey Acab a Elías valen para todos los profetas: "¿Eres tu el perturbador de Israel?" (1 R 18:17). Me parece que la gran mayoría de las profecías que escuchamos hoy día son sedantes y no podrían perturbar a nadie, ni mucho menos a los poderosos.

Más adelante, cuando los profetas profesionales de la corte profetizaron sólo bendiciones y éxito para Acab, éste quiso rechazar al profeta Micaías ben Imlá porque "me cae muy mal, porque nunca me profetiza nada bueno: sólo me anuncia desastres" (1 R 22:8). El rey envió a un mensajero para traer a Micaías, y éste le dijo, "Mira, los demás profetas a una voz predicen el éxito del rey. Habla favorablemente", a lo que Micaías respondió, "Tan cierto como que vive Yahvéh, ten la seguridad de que yo le anunciaré al rey lo que Yahvéh me diga" (22:13-14). Micaías lo hizo, después de mofarse del rey y de los falsos profetas, y el rey se enojó tanto que ordenó al gobernador "echar en la cárcel a ese tipo, y no darle más que pan y agua" (22:27).

Amós ofendió tanto a los ricos y cómodos de Samaria que lo sacaron por la fuerza del reino del norte. (¡Qué ofensivo, llamar a las ricas de Samaria "vacas de Basán"!). Cuando el falso profeta Jananías profetizó, en nombre de Yahvéh Todopoderoso, que Dios iba a quebrar el yugo del rey de Babilonia, para devolver a los exiliados y los utensilios del templo, Jeremías le respondió; "A pesar de que Yahvéh no te ha enviado, tú has hecho que este pueblo confíe en una mentira. Por eso, así dice Yahvé: 'Voy a hacer que desaparezcas de la faz de la tierra. Puesto que has incitado a la rebelión contra Yahvéh, este mismo año morirás'" (Jer 28:16). En el capítulo 23 Jeremías lanza una feroz denuncia contra los reyes como "pastores que destruyen el rebaño" (23:1) y después contra los profetas mentirosos (23:9-32) y contra las profecías falsas (23:33-48).

De los falsos profetas exclama Jeremías, "En cuanto a los profetas: Se me parte el corazón en el pecho y se me estremecen los huesos. Por causa de Yahvéh y de sus santas palabras, hasta parezco un borracho... Los profetas corren tras la maldad, y usan su poder para la injusticia. Impíos son los profetas y los sacerdotes... Entre los profetas de Jerusalén he observado cosas terribles... viven en la mentira; fortalecen las manos de los malhechores... Los profetas de Jerusalén han llenado de corrupción todo el país" (23:9-15). ¿Qué diría Jeremías de nuestros profetas de hoy? ¿Y de nuestros partidos cristianos y políticos evangélicos? (Todo el capítulo de Jeremías 23 está lleno de enseñanzas para la iglesia hoy).

Para los profetas fieles, callarse no estaba dentro de sus posibilidades. La Palabra de Dios ardía en sus corazones y martillaban sus huesos (Jer 23:29). No todos los profetas vaticinaron el futuro, pero todos ellos denunciaron el pecado, la corrupción y la injusticia. Profeta no puede ser quien encubre o calla esas cosas. Por eso, los profetas sufrieron la persecución, la cárcel, el exilio y hasta el asesinato (Mt 23:30-31). Los profetas falsos tuvieron mucho mejor suerte, porque sólo decían lo que la gente quería escuchar y se cuidaban especialmente de no ofender a los poderosos. "Curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz., paz; y no hay paz" (Jer 6:14). Igualmente los profetas de hoy, si nunca ofenden a nadie podemos estar seguros de que son profetas falsos. Un "profeta inocuo" es una contradicción de términos.

(4) Este mismo capítulo de Jeremías nos da otra clave para contestar nuestra pregunta: los falsos profetas pueden reconocerse porque usan livianamente el nombre de Dios. En un sorprendente epílogo al capítulo 23, Dios prohíbe tajantemente que se usa la expresión "Oráculo (o Carga) de Dios" (23:33-40 hebreo). Aunque ese mismo término es muy frecuente en otros pasajes, queda obvio del pasaje que los seudo-profetas la repetían frívola e irreverentemente para cualquier opinión caprichosa que se les ocurriera, y por eso el Señor les prohibió totalmente hablar en su nombre.

Hoy en día es alarmante la facilidad ligera con que nuestros profetas anuncian que "el Señor me ha dicho" o "tengo una palabra profética de Dios". ¿No será eso tomar en vano el nombre del Señor? Debe preocuparnos que nuestra situación se parezca tanto a los falsos profetas del tiempo de Jeremías. ¿No sería mejor un moratorio sobre las pretensiones de hablar en nombre de Dios, como el que Yahvé, evidentemente enojado, impuso sobre Israel?

(5) Para los profetas fieles, su misión era un sacrificio, más que un privilegio. En ningún momento buscaban su beneficio propio. Muchos de ellos no querían ser profetas (Moisés, Isaías, Jeremías), pero Dios los obligó. En cambio, los falsos profetas disfrutaban como privilegio su oficio y su rango, y hasta lucraban de él. Se creían dueños de su carisma, que empleaban no para servir sino para servirse, como seguidores del mercenario Balaam. Por eso buscaban siempre agradar al público y complacer a los ricos y poderosos a quienes debían más bien denunciar. Para los mismos fines pretendían manipular a la gente, y aun manipular a Dios.

¡Qué parecido a nuestro tiempo!

CONCLUSIÓN: El discernimiento entre profetas falsos y profetas verdaderos es uno de los problemas más difíciles de la teología y de nuestra vida cristiana. No hay fórmulas mecánicas ni criterios invariables; todos tienen alguna excepción, incluso los que planteamos aquí. En eso está la libertad de Dios de actuar dónde, cuándo y cómo él quiere. Pero creo, y he visto, que estas orientaciones nos ponen el alerta contra abusos del oficio profético. Al fin es un acto de fe, en la sincera convicción del corazón de cada cual, aceptar o no una supuesta profecía. Pero estamos obligados a optar, y creo que es mayor el peligro de creer y seguir una falsa profecía que el de posiblemente mantener sanas reservas ante una profecía incierta, aunque pudiera ser verdadera. En ese caso, Dios podrá seguir hablándonos y guiándonos hacia mayor certidumbre.